jueves, 28 de marzo de 2024

El noviazgo de Ayuso: nitroglicerina política




A la política hay que procurar llevarse novios íntegros, porque, de lo contrario, a la mínima ocasión, el diablo los carga con nitroglicerina para que le estallen a uno en las narices. Para evitarse líos y disgustos, mejor echarse un ligue, tipo pibón o similar, que anidar en relaciones formales, porque la biografía de los novios, digo, resulta a menudo un compuesto inestable de esos que deflagran al primer encontronazo con unos adversarios a los que les sobra inquina para marchitar amores en flor. Los novios no traen cuenta; no rentan, que dirían los jóvenes de ahora. Puestos en la tesitura de honrar la decencia, a menudo salen rana por culpa de unos currículos que no cumplen con las reglas de ejemplaridad que exige la etiqueta pública de sus parejas. Y es que no siempre la baza a la que se entrega el corazón de un político se atiene al espíritu de aquella vieja máxima juliana que reza: “la mujer del César, además de ser honesta, debe parecerlo”. No hay más que echar un vistazo a la actualidad para darse cuenta de su vigencia. Isabel Díaz Ayuso, sin ir más lejos, ha probado en sus propias carnes, en los últimos días, los disgustos que ocasiona secundarse en lo privado de un partenaire cuya honestidad ha sido sometida a la prueba del algodón a raíz de una denuncia que lo acusa de haber cometido fraude fiscal.

El asunto está en los tribunales, y ya veremos cómo acaba la historia. De momento, hay que añadirle a cualquier conjetura sobre la comisión del delito el adjetivo de “presunta”. Pero con independencia del resultado procesal de este embrollo -pleitos tengas y los ganes, ironiza un refrán popular-, lo que me deja perplejo a la hora de buscarle tangentes al caso es el desahogo con el que algún miembro del Gobierno, la vicepresidenta primera para ser más exacto, ha decido -con el beneplácito de su jefe, se entiende- denunciar la conducta impropia de Alberto González Amador, novio de Isabel Díaz Ayuso, utilizando para ello medios de dudosa legalidad, como la filtración de informaciones relativas a su situación tributaria. Todo vale, al parecer, a la hora cumplir con el objetivo final de la denuncia, que no es otro sino atacar por el flanco a la lideresa top de la derecha; una lideresa correosa, imbatible hasta la fecha en las urnas, a la que la izquierda -y muy especialmente Pedro Sánchez- le tiene unas ganas a rabiar. Por esa razón, y siguiendo la tufarada de esa inquina, me da en la nariz que, de no haber sido Alberto González Amador el novio de la presidenta madrileña, los españolitos no sabríamos nada sobre los intríngulis del enredo y seguiríamos en la inopia, que es el lugar donde dormimos de ordinario cuando a nuestros políticos no les conviene aventar sus vergüenzas. O sea, que, visto el asunto sin enhebrarle la pasión de las siglas, la cosa del novio de marras, en su explosión mediática, tiene más de jauría humana, organizada con fines espurios desde las altas esferas del poder, que de otra cosa.

Lo cual, teniendo presente las dosis de mala leche que inundan el solar patrio, me lleva de nuevo a lo del principio: a la política es preferible llevarse novios íntegros de currículo aseado. O mejor, no llevárselos, que es la manera segura de evitar que los contrarios se afilen los colmillos con algún “presunto” rastrojado en el histórico de aquellos. Quien evita la ocasión evita el peligro, dice otro refrán popular que encapsula en siete palabras un tratado sobr
e la prudencia, pero todos sabemos que, cuando el corazón se enreda en pasiones, acaba tiñendo la realidad con los colores del deseo y, así, no hay forma de ponerse en lo peor para prevenir daños futuros. Luego, pasa lo que pasa, y no digo más.

viernes, 16 de febrero de 2024

Milagro con virguerías




Hace algún tiempo arriesgué el comentario de que Carles Puigdemont, pasando de president a fugado, se había convertido en un cadáver político. Está claro que no podría ganarme la vida como adivino. La realidad, a hechos probados, ha desmentido mis torpes augurios. Normal. El vaticinio olvidó tomar en cuenta que al frente de este vodevil que llamamos España estaría un tal Pedro Sánchez al que ningún accidente le arruina un buen enredo.

Hay que reconocer que Pedro Sánchez tiene un don; un ramalazo divino que ha conseguido devolverle la vida a Puigdemont y quitarle el tufo a cadaverina que se gastaba por las calles de Waterloo. De la noche a la mañana, no sólo lo puso a caminar, como hizo Cristo con Lázaro, si no que además, para adornar su milagro con virguerías, lo convirtió en el prota indiscutible del salseo político nacional. Pero no lo hizo por amor al prójimo, ni por tirarse el pliego de mesías ante el mundo mundial. En realidad, Sánchez necesitaba a Puigdemont vivito y coleando para que le concediese los siete votos que necesitaba a fin de garantizarse una presidencia del gobierno que la aritmética parlamentaria le había puesto al filo de lo imposible.

Pero, como hay gentes de muy mal conformar, el reviniente, apenas recobró el pulso civil y la palabra, le salió a Sánchez altanero y pedigüeño: no sólo exigió su rehabilitación plena y que lo pusieran bajo palio, sino que pretendió entonces, y sigue pretendiendo ahora, alcanzar los maximalismos que la realidad le negó antes de su deceso político. Ni que decir tiene que esas pretensiones no atienden a pudores legislativos ni judiciales, lo cual pone a nuestro presidente del gobierno en una tesitura difícil, porque para seguir en el poder, desarrollando su particularísimo proyecto político, está obligado a cavilar cómo forzar los límites de la Constitución al objeto de encajar en la misma algunas intransigencias, como la dichosa amnistía, que hasta hace dos días no entraban ni a la de tres en nuestro ordenamiento jurídico.

Por cosas de esta índole, el acuerdo de legislatura que suscribieron ambos, haciendo de la necesidad virtud, ha derivado, a la corta, en una relación tóxica que sigue el espíritu y la letra de la copla: ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio... O sea, que, tanto el uno como el otro, se ven obligados a sobrellevar de mala gana la carga de su mutua dependencia. Y es que en el pecado les sube la penitencia. Pedro Sánchez, tendrá que seguir comulgando con ruedas de molino si quiere mantenerse en el poder a expensas de los siete votos que le ofrece Puigdemont como pago a sus demandas, mientras este, por su parte, sufrirá de vértigos cada vez que quiera darle la vuelta a un imposible por temor a que su resucitador, harto de exigencias y mohines, decida romper relaciones y privarlo del aliento que lo mantiene en el candelero.

De momento, nuestro independentista de cabecera va ganando la partida a juzgar por las ocasiones en las que Pedro Sánchez ha renegado de sus propias negativas anteriores –donde dije digo, digo Diego- con el propósito de facilitar una entente. Es probable, incluso, que, después de las elecciones gallegas, consiga la tan ansiada amnistía. Pero no puede arriesgarse a dar un paso en falso. Peligro. Al fin y al cabo, Puigdemont ya ha probado en Waterloo qué solos se quedan los muertos, y sabe, que, si cambian las tornas, podría volver a vestir la mortaja de sus peores días.

jueves, 26 de octubre de 2023

Vita da spensierato

 

Yo desconecto. Tenemos un mes por delante que va a ser un horror. He puesto el despertador para el 27 de noviembre. Mientras tanto, a seguir el ejemplo del oso pardo: breve período de hibernación, aunque estemos fuera de época. Pero, ahora que lo pienso, mejor me olvido de esa ocurrencia, que lo de los plantígrados te resta días de vida a lo tonto y resulta aburridísimo. Recurro al plan B; o sea, el de darse a la vida alegre. “Marcha, marcha”, que decía el entrañable y efervescente Julien, rey de los lémures en la película “Madagascar”.

Lo dicho, que desconecto y me abono al carpe diem. De entrada, necesito un relax para ir abriendo boca. Me noto tenso. Hay un sitio en Madrid, donde la gente se relaja lanzando hachas –franciscas o similares- contra una diana puesta a diez metros. Juro que es cierto. No es mal plan, sobre todo si tenemos en cuenta que ese ejercicio nos permite, además de liberar adrenalina por un tubo, aprender el oficio de bárbaro; lo que podría resultar de utilidad el día de mañana en caso de tener que ocupar la vida asaltando monasterios en Northumbria. Ahí lo dejo. Luego, una vez relajado, me gustaría inaugurar mi nuevo estilo de vida embolingándome en cualquier antro con un par de ginebras de garrafón, o dándome a la fiesta y al noctambuleo errático entre locales de moda y tugurios de mala muerte, o escogiendo algo más fino a gusto del tercio lunar de mi espíritu, como cursar visita a cualquier museo o entrar de puntillas en una sala de cine. Por cierto, hablando del séptimo arte, han estrenado película Woody Allen y Martin Scorsese (por ese orden), Ridley Scott está al caer con su “Napoleón” y Coppola (padre) nos promete “Metrópolis” para más adelante. Sólo falta Eastwood para redondear el geriátrico. Un quinteto de ancianos venerables que sigue haciendo cine a pesar de la edad. Eso sí que me pone.

Insisto, antes del 27 de noviembre, vita da spensierato. Y advierto: que nadie venga a importunar mis desahogos con noticias de la crónica parlamentaria. La advertencia va en serio. Háblenme de lo que quieran: arte, moda, urbanismo, alza de precios, cotilleos, geografía polar o austral, etología, marranadas.... Propónganme desafíos, aventuras o locuras, mándenme a paseo si lo prefieren, pero, por favor, el rollo de la política me lo dejan a un lado hasta que se acabe el vodevil de la investidura. No tengo cuerpo para esa jota. Menudo tostón. Cuando finalmente proponente y demás tropa tengan todo firmado y rubricado, que me avisen del resultado enviándome un mapa de cómo queda el país y una brújula para orientarme. Yo, mientras tanto, a buscarme distracciones con las que darme un gustazo.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Acuerdos y desacuerdos tras la resaca electoral


El resultado de las elecciones ha dejado un panorama incierto. El PP ha ganado las elecciones con una victoria pírrica que no le consiente gobernar en solitario mientras que el PSOE, que soñaba con una remontada de última hora para llegar a la Moncloa, se encontró con que las urnas le otorgaron a la postre el papel de segundón. Ante ese panorama, con un vencedor justito al que no le llegan los votos para gobernar en solitario, y un PSOE que se encuentra dieciséis golpes bajo par, Pedro Sánchez podría haber aprovechado sus ciento veintidós escaños para hacerlos cotizar al alza en una negociación que, a cambio de posibilitar la investidura del candidato popular, introdujese en el programa político del futuro gobierno materias sensibles al alma socialdemócrata de sus votantes. Las virtudes de tal acuerdo serían evidentes: encontraría, con toda probabilidad, el respaldo de una muy amplia mayoría social y otorgaría estabilidad al futuro gobierno.

Esa podría haber sido una solución airosa y sensata a la aritmética electoral que nos han dejado las urnas. La alternativa, por contra, deja ver un camino que se adentra en terrenos difíciles y escabrosos en los que fallar un paso supondría poner al país en riesgo de fractura. Sin embargo, a Pedro Sánchez no le ha faltado ánimo para hacer valer una decisión personalísima y arriesgada que apuesta por la ruta más difícil: aquella de rechazar cualquier acuerdo con el PP para buscar apoyos a su propia candidatura. Desde luego, no se ha encomendado a la prudencia a la hora de cruzar su particular Rubicón a lomos de un “no es no” con el que espera ganarle la mano a su adversario. A fin de justificar tal decisión, viene deslizando la especie de que, con esta derecha carpetovetónica, tan cerrada en lo suyo, no se puede negociar ni la hora de patio. Lo curioso del caso es que, mientras exhibe una intransigencia reventona con su principal oponente alegando lo expuesto, no deja de pretender los votos de un partido tan de derechas como el PNV -que ya le ofreció su apoyo durante la recién vencida legislatura- o en exhibir sintonía en Europa, por ejemplo, con una política de raza como Giorgia Meloni, la cual, aparte de primera ministra italiana, es la máxima dirigente de un partido –Fratelli d’Italia- que tiene en su ADN trazas genéticas del fascismo de pura cepa. Dan qué pensar esas confianzas.

Teniendo en cuenta lo anterior, parece que, en este caso, la hostilidad de Pedro Sánchez hacia el PP no se debe principalmente a la imposibilidad de alcanzar un acuerdo –siquiera de mínimos- con esa fuerza política por razones ideológicas o programáticas, sino más bien a su interés personal por explorar soluciones que faciliten su propia investidura tras el previsible fracaso de la ronda de Santiago Feijoo. Echando números, la cosa, suma que te suma, después de buscar y rebuscar votos hasta debajo de las piedras, le sale por la mínima siempre y cuando logre contar con el apoyo unánime de una ristra de fuerzas políticas más larga que la lista de los reyes godos. Algunas de estas fuerzas, especialmente Junts per Catalunya, tienen un interés común declarado por finiquitar el Estado en su forma hodierna y no van a dejar pasar la oportunidad de exigir un precio muy alto a cambio de su apoyo. En el buzón de entrada de Ferraz ya figuran tanto la satisfacción de demandas que, hasta anteayer, según el propio Sánchez, no tenían encaje en el marco constitucional –la famosa amnistía- como la adopción, en un sentido favorable a los intereses de los demandantes, de soluciones valientes –supongo que también “imaginativas”- para redefinir el sujeto de soberanía al cual le incumbe decidir el destino de aquellas comunidades autónomas adjetivadas como “históricas” en nuestro ordenamiento jurídico. La deriva pactista de alto voltaje en la que se ha embarcado Sánchez, y en la que insiste a despecho de la opinión contraria de esa disidencia en la que milita una parte importante del socialismo histórico, podría interpretarse como un ejercicio de ambición personal desmedida, el golpe de timón de un político de moral líquida dispuesto a cualquier arreglo con tal de regalarse unas cuantas jornadas de gloria.

En cualquier caso, en pocos días se comenzarán a disipar las dudas sobre este asunto, dejándonos ver si, tras fallar la investidura del candidato propuesto por el monarca en primera instancia, Pedro Sánchez se muestra capaz de cuadrar el círculo de la suya. Pero, tal vez, la incógnita principal a despejar sea si la mayor parte de la ciudadanía española tomará como asumible el coste, todavía por detallar, de los pactos que suscriba el líder socialista con sus futuros socios. Difícil cuestión. Tal vez por eso, los pronósticos, incluso los más favorables, anuncian tiempos revueltos. Normal. Al fin y al cabo, vivimos una época de borrascas otoñales.

sábado, 22 de julio de 2023

Zapatero: entre el infinito y el asombroso planeta Tierra




El lunes, en San Sebastián, José Luis Rodríguez Zapatero decidió entrar en liza electoral en favor de su partido. Subió al estrado, se puso ante el micrófono y tomó la palabra; aunque mejor sería decir, visto lo visto, que fue el verbo quien lo tomó a él en volandas y lo llevó a visitar dimensiones paralelas en las que el espíritu, libre de ataduras y quimeras, se entretiene cuadrando mandalas. O sea, que sufrió un ataque agudo de trascendencia por culpa del cual su discurso transitó, sin asomo de lógica, entre la infinitud del infinito y la insoportable levedad de un ser humano infinitesimal que pone en riesgo el asombroso planeta que habita. Todo ello, antes de finalizar su intervención con un epílogo de tono marcadamente lírico en el que se gustó a placer. “Somos el único sitio del Universo, del Todo, si es que podemos concebir el todo, donde se puede leer un libro y se puede amar", dijo sin embarazo.

Zapatero dejó a la audiencia alucinada, o perpleja que dirían los clásicos. Más de uno debió preguntarse si asistía a un acto del PSOE o a una ceremonia andina en honor de la Pachamama. Yo desconozco si el discurso de Zapatero habrá movilizado algún voto en favor del PSOE. Pudiera ser que sí; hay gente que se flipa con las salmodias místico-clorofílicas. También, pudiera ser que no. En cualquier caso, con independencia de la dudosa utilidad de su intervención de cara a nutrir las urnas con papeletas a favor de los suyos, debo confesar, a título personal, que el galimatías econaturoplanetario del expresidente me produjo una sincera simpatía, porque, siendo yo un mindundi del común, propenso a curar el hartazgo de no ser nadie con sublimaciones que se van de madre, tuve por un momento la satisfacción de comprobar que también todo un expresidente del gobierno puede desbarrar en público cuando deja que su alma levante el vuelo para cantar las maravillas de nuestro planeta azul. Sólo le faltó entonar algunos versos del Cántico delle creature.

                            Laudato si', mi' Signore,
                            per sora nostra matre Terra,
                            la quale ne sustenta e governa,
                            e produce diversi frutti con coloriti fiori et herba.

Pero olvidó hacerlo; o no quiso. Lástima. En cualquier caso, puedo perdonarle que dejara fuera de su discurso las palabras del santo de Asís, aunque me cueste un pellizquito en el corazón, porque, a cambio, nos regaló -muy a su pesar, imagino- una chifladura simpática con la que aliviar las tensiones de esta campaña electoral que sufrimos a duras penas bajo la calorina de julio. La intervención estelar del lunes en Donostia de José Luis Rodríguez Zapatero fue tan disparatada y divertida, dicho sea con todos los respetos, que merece pasar sin objeciones a los anales del anecdotario político para gusto y regusto de las generaciones futuras. Y Lo digo sin acritud, que conste.

viernes, 14 de julio de 2023

Voluntad de censura pegada al dorso



Dijo Abascal el sábado pasado que, donde su partido tenga competencias en materia de cultura, hará lo que le parezca. Toda una declaración de intenciones. Malas intenciones. Sobre todo, si tenemos en cuenta un detalle: esa primera manifestación se cerraba aclarando que su programa cultural pasaba “por respetar las preferencias y los gustos de los españoles”. Leído lo cual, a quien suscribe le surge una duda: ¿qué españoles son esos de los que habla el líder de VOX? Porque, digo yo, españoles somos unos cuantos, y, cada hijo de vecino, tendrá sus gustos y preferencias particulares. Habrá españoles, incluso, que se sientan atraídos, un suponer, por la obra de la escritora británica Virginia Woolf. Y están en su derecho de entregarse a tal afición, por mucho que a la bancada de VOX la vena feminista y heterodoxa de la autora británica no le haga ni pizca de gracia.

Pero VOX lo tiene claro: dónde tenga competencias en materia de cultura, impondrá su parecer. Y me barrunto que el anuncio viene con voluntad de censura pegada al dorso. No invento nada. Abascal se estiró en sus declaraciones dejando pistas de por dónde van los tiros. Refiriéndose a los partidos y militancia de izquierda, advirtió: “no hemos venido ni a asumir sus discursos culturales ni a pagar sus fiestas”, lo cual, traducido al cristiano, quiere decir que excluye a tales sectores de esa españolidad cuyos gustos y preferencias había afirmado poner por delante en la previa. Al hilo de semejante anuncio, y por buscarle tres pies al gato, me surge otra pregunta chinchosa: ¿acaso el señor Abascal considera españoles sólo a quienes comparten su ideario político? Eso es lo que cabe deducir de sus palabras sin necesidad de entrar en finuras dialécticas. Mal asunto. Y, lo peor, es que llueve sobre mojado.

Volviendo a las declaraciones, no sabemos muy bien si con tales bravuconadas el señor Abascal pretendía meter el miedo en el cuerpo a la marinería de babor o, simplemente, tirarse en público el rollo de valentón para que lo jaleasen los suyos un ratito. En cualquier caso, ya que se anima a montar bulla con esa copla, el líder de VOX debería explicar, explicarnos a todos, cuáles son las manifestaciones culturales que, según su muy particular y excluyente interpretación de los colores del alma nacional, merecen el aplauso de la grada rojigualda. Más que nada por evitar suspicacias, confusiones y malentendidos. Me interesa mucho el detalle de la cuestión y conocer la lista de los proscritos que no caben en esa parodia de Parnaso, sembrada de fobias y hormonas, que nos propone como el sumun. Mucho me temo que van a ser legión. En cualquier caso, los hechos consumados ya nos han adelantado el nombre de la primera damnificada: Virginia Woolf.

domingo, 19 de febrero de 2023

Un carajal de Gobierno


El Gobierno de coalición ha derivado en un carajal que tiene a la mayor parte del paisanaje sin salir de su asombro. Los ministros se dividen en banderías entre el rojo y el morado, se tratan abiertamente como rivales y discrepan en público sobre asuntos de lo más variado sin cuidarse de que le están quitando el trabajo a la oposición, la cual, de seguir las cosas en los mismos o peores términos, se ve tomando plaza en la Moncloa en el arco de pocos meses.

El lío más sonado que enreda a los socios de legislatura es la ley del “solo sí es sí”. Por lo visto, el presidente, advirtiendo que la aplicación de la norma ha producido efectos indeseados y una alarma social que se traduce en fuga de votos, ha puesto pie en pared dando orden de corregir el texto. A Irene Montero le ha faltado tiempo para salir al quite. La ministra de Igualdad, secundada por el círculo prieto de sores que le da coba, ha manifestado su negativa a que se toque una sola coma del articulado; faltaría más. Pero el proceso de revisión ya está en marcha. Exigencias del guion electoral de Pedro Sánchez. Punto. Eso le deja a la ministra poco margen de maniobra. En realidad, le deja sólo dos opciones: o transige con la reforma -vaya papeleta- o cuaja su malestar presentando la dimisión. A lo segundo ya ha dicho nones, alegando que ella tiene la obligación de mantenerse en el cargo para seguir sosteniendo las causas del feminismo y del colectivo LGTBI. O sea, traducido al cristiano, que la lideresa morada piensa aceptar el trágala -está por ver si rebajado o no con uno spruzzo di soda- haciendo toda suerte de asquitos para evidenciar, eso sí, un malestar que, por otra parte, no le impide seguir disfrutando tan ricamente cada mes del líquido de su nómina. Está claro que lo cortés no quita lo valiente.

Menos relevante que el caso anterior, pero significativo del mal rollo que se traen los socios de legislatura y, sobre todo, mucho más divertido de cara a la galería, ha sido la irrupción en escena de Lilith Vestrynge, sublideresa de Podemos y Secretaria de Estado de Agenda 2030. A la segunda de Ione Belarra no le han gustado las modificaciones introducidas por el PSOE en la ley de Bienestar Animal y, para dejarlo claro, ha editado un video que muestra a Pedro Sánchez transmutándose en Santiago Abascal como castigo por ponerse de parte de “los que maltratan a sus perros”. Por si a alguien se le escapa el detalle, la comparación pretende ofender mazo, porque para la izquierda que milita en el extremo, y no tanto, Abascal es como un demonio rabilargo y cornialto que lleva el aguilucho de San Juan -marca de la Bestia- tatuado en el pompi. Lo peor, vaya. Yo no sé si a Pedro Sánchez, que tiene miras de pasar a la Historia como colmo y guinda del progresismo, verse metamorfoseado, vía Twitter, en la figura de un satanás postfranquista le habrá hecho maldita gracia. En cualquier caso, y por lo que se refiere a la Vestrynge, hay que ser muy corajuda, o una insensata de tomo y lomo, para tocarle la moral con pamplinas de ese calibre a un tipo tan soberbio como Sánchez, máxime cuando lo tienes de mandamás y le debes, en última instancia, tu flamante y bien remunerado puesto ministerial.

Viendo estos episodios, y otros cuantos del mismo tenor que me resisto a enumerar porque me vence la pereza -que, en mi caso, es una galbana que apunta lejos-, da la impresión de que este Gobierno se ha roto por las costuras. Para mí que, el día menos pensado, se le desparrama el mondongo a los pies, aunque ya se cuida el monstruo de tenérselo dentro poniéndole a la herida veinte grapas, mercromina a tutiplén y tres vueltas de celofán. Lo que sea con tal de seguir haciendo de tripas corazón hasta las próximas elecciones.

martes, 17 de enero de 2023

La salida de tono de Ángela Rodríguez, alias "Pam".


El otro día, miércoles por la noche, la Secretaria de Estado de Igualdad y Violencia de Género, Ángela Rodríguez, alias “Pam”, no tuvo su mejor momento. Participaba en un podcast titulado “Feminismo para todo el mundo”, que tiene, visto el título, pretensión ecuménica, cuando, en un momento dado, no encontró mejor ocurrencia que bromear sobre el número de beneficiados por la rebaja de penas que ha propiciado la aplicación de la ley del “sólo sí es sí”. El tono de la intervención, entre jocoso e irónico, fue más propio de una cháchara informal entre colegas, donde vale cualquier barbaridad regada con espumosos, que de una charla metida en razón. Para completar el cuadro, a reírle la gracia, dos asesoras del ministerio, que redondearon la faena con exclamaciones del mismo tenor.

El corte de la charla, aventado como siempre por rivales e indignados, corrió en las redes sociales y en los medios de comunicación como la pólvora. Ante el revuelo, la susodicha, aprovechó una entrevista en la TVG para pedirle a la audiencia que tuviese en cuenta el ámbito en el que había tenido lugar su intervención, diferenciando ente un foro serio y un podcast en el cual se abren espacios para el sarcasmo libres de los rigores de la etiqueta. O sea, que la polémica, en realidad, es fruto de que la gente carece de talento para hacer distingos. Mucho morro. Ella sabe, aunque lo oculte con sofismas poco trabajados, que una Secretaria de Estado –su caso- se viste de tal desde por la mañana, y lo hace de Prada a costa del común, lo cual implica que, a fin de justificar el gasto –nos sale la cosa a cojón de pato-, no puede soltar el lastre de la responsabilidad ni perder la compostura hasta que la rinda el sueño en su cama. A las malas, ni siquiera eso. Una dignidad tan campanuda, le recordaba Elena Valenciano, lo es veinticuatro horas al día o, dicho de modo más oficioso, tiene “dedicación exclusiva”. En virtud de esa circunstancia, la ley que regula el ejercicio de los altos cargos de la Administración General del Estado pone coto a cualquier actividad que pueda entrar en conflicto o menoscabar las obligaciones a la que están sujetos. En el caso de Ángela Rodríguez, no sé yo si ceder en público a desahogos irónicos que irritan o escandalizan a unas víctimas cuya tutela tiene encomendada cumple esa exigencia. Me da que no.

Sin embargo, hay que reconocer en honor a la verdad que, cuatro días después de montarse el follón, nuestra Excelentísima hizo un esfuerzo -obligada a regañadientes, sospecho, por la reprobación de cuatro ministras- para salir al ruedo mediático a simular una especie de disculpa pública. La cosa se quedó en media disculpa porque la soberbia, que se ha convertido en una de las señas de identidad del stablishgirl ministerial, obliga a vericuetos dialécticos que pasan de forma invariable por mentar la bicha -fascismo o extrema derecha- a fin descargar sobre sus lomos, a palos, los pecados y yerros propios. Sin embargo, por mucho énfasis que ponga en ese empeño, en lo que se menta aquí del podcast poco tiene que ver ni la extrema derecha, ni la derecha derechona, ni la derechita cobarde, ni la madre que parió a todas las derechas. En este caso, si tiramos de moviola para volver a la raíz de la polémica lo único que encontramos es una Secretaria de Estado que, dejándose llevar por un espíritu dicharachero, mide mal los terrenos de lo conveniente y mete la pata hasta el corvejón. Tutto qua, que diría un italiano.

sábado, 10 de diciembre de 2022

Antes roto que sencillo

  

Pedro Sánchez ha señalado que una de las cosas por las que pasará a la Historia es por haber exhumado los huesos del dictador Francisco Franco. Tal cual; sin asomos de modestia. O sea, que ya se ve elegido por la musa Clío para ocupar un renglón notorio en el rollo donde se escribe el devenir humano. Tela, telita, tela. Ahora me explico los posados en el Falcon con camisa de blancura inmaculada, corbata oscura lloviznada de puntitos, gafas de sol con lentes polarizadas y gesto serio de estadista grande. Eran fotografías tomadas para la posteridad; un testimonio icónico de su paso por la Moncloa. A Pedro Sánchez lo inspira un afán trascendente que asoma la nariz en cuanto las endorfinas se le van de madre, lo cual viene a ocurrir cada dos por tres. Probablemente, fue durante uno de esos episodios espiritosos cuando se le ocurrió la idea de darse aires de figurón histórico protagonizando un documental que toma como argumento su papel al frente del gobierno. Como siga por esos derroteros, el día menos pensado se nos arranca a hablar de sí mismo en tercera persona, igual que el Julio César de Asterix. Tiempo al tiempo.

Y ya que hablamos de romanos, me viene en mente una costumbre que se estilaba en la ciudad del Tíber en tiempos de los Césares. Cuando un general victorioso celebraba un triunfo desfilando por las calles de la Ciudad Eterna, le ponían detrás un esclavo para que le fuese repitiendo durante el trayecto “Respice post te! Hominem te esse memento!” (“¡Mira tras de ti! ¡Recuerda que eres un hombre!”, según traducción de Google), frase que le recordaba las limitaciones de la naturaleza humana a fin de prevenirlo contra la soberbia. La cosa viene a cuento porque no me imagino yo a Pedro Sánchez dejándose amonestar por un subalterno con puntillitas de ese tenor. Él accedió a la presidencia con la intención de hacer valer sus ínfulas de mandamás y no parece que vaya a consentir que nadie le baje ese soufflé con pamplinas. Antes roto que sencillo. Para mí que, siendo todavía un niño, dejó seco de un zapatazo al pepito grillo que lo llamaba a la humildad, atentado que selló a las malas un destino en el que le decía adiós, adiós a cualquier filtro contra la arrogancia. Y de esos polvos, estos lodos. A la postre, el personaje nos ha salido todo vanidad, desde las plantas de los pies hasta la coronilla, llegando su engreimiento a tal punto que ya se vislumbra elevado a los altares de la eternidad por obra y gracia de una Historia que se rinde a sus encantos.

Sin embargo, ese presunción pincha en hueso. Nadie sabe lo que guardará el futuro del pasado. A lo peor, en virtud de sus méritos, podría ingresar en el panteón de hombres ilustres por su soberbia, como Tarquinio, lo cual tendría su gracia; pero hasta eso lo tiene difícil. Si algo enseña la Historia es que la mayor parte de los mortales dejamos un rastro efímero que el tiempo elimina sin mayor dificultad. Los cementerios están llenos de gentes cuya fama se fue diluyendo en las aguas hambronas de los siglos sin dejar para la posteridad otro recuerdo salvo un nombre sobre el mármol. También Pedro Sánchez, muy posiblemente, tendrá que pedir la vez para ocupar su puesto en la fila de los damnificados por mucho que le duela. Torres más altas han caído. Teniendo en cuenta lo mucho que pesa el olvido, me arriesgo a vaticinar que en cuatro generaciones, cinco a lo sumo, a nuestro presidente actual no lo conoce ni el tato. Y no le va a librar de ese destino el asunto menor de haber movido un revoltijo de huesos entre Cuelgamuros y Mingorrubio.

martes, 22 de noviembre de 2022

Escasita, sectaria y malencarada




Lo que más le pone a Irene Montero es vestirse de raspa desde por la mañana. El viernes pasado, con motivo de las primeras reducciones de penas por delitos sexuales producidas en aplicación de la nueva ley del “solo sí es sí”, la ministra, que no había previsto esa eventualidad, se tomó muy a mal lo sucedido y montó una tremendina de las suyas. Apareció en los medios como suele, más cabreada que una mona que diría un castizo, y no tuvo mejor ocurrencia en ese estado de enajenación transitoria que emprenderla contra los jueces. Que no entienden de qué va la cosa, dijo; que se dejan llevar en sus sentencias por una mentalidad machista que ensucia el espíritu de su ley; que deberían ser internados en un campo de reeducación para que aprendan cuales son los principios que han de regir la justicia en los tiempos que corren. Esto último no sé si lo dijo tal cual o se sobreentiende en el contexto de su diatriba. En cualquier caso, la frase podría pasar por verdadera dado que la ideología extremosa de nuestra ministra lleva de serie en el código genético la querencia a recluir en gulags a reticentes y heterodoxos.

Me parece a mí que Irene Montero paga con quien no debe la frustración de ver su ley haciendo aguas. El sentido común, que es una especie rara de ciencia infusa a la que nos confiamos la gente normal para evitar líos y salir de apuros, sugiere que, si una ley produce esperpentos jurídicos en su aplicación, lo más probable es que falle algo en el texto de la norma. Sentido común, ya digo, que en este caso se pone de parte de la opinión previa del Consejo General del Poder Judicial para el cual, a la vista del anteproyecto que le sometieron a examen en su día, la cosa estaba mal cuajada y podría derivar en las anomalías que hoy vemos. Eso no fue obstáculo para que la ministra, aun avisada de los peligros, decidiera seguir adelante con la ley de marras sin variar una coma. La verdad, Irene Montero tiene un carácter imposible. Pertenece a ese tipo de personas, devoradas por la soberbia, que no admiten que nadie les señale una falta y, menos aún, que les enmienden la plana. Ella es muy reinona en lo suyo y, puesta a elegir, prefiere hacer caso omiso de las advertencias ajenas y fiarse solo de la camarilla que le da bola y le dice amén a todo. Así ha salido el invento.

En plena escandalera, lo que les pide el cuerpo a muchos es cargar las tintas contra Irene Montero. Normal. También a mí me viene esa tentación por oleadas. Me parece una ministra escasita, sectaria y malencarada a la que resulta fácil echarle las culpas de casi cualquier cosa. Sin llegar a tanto, lo que no se le puede negar es un papel protagonista en el follón que nos ocupa; protagonismo que comparte al alimón, o casi, con quien, teniendo el mando, le otorgó su confianza y puso a su disposición un ministerio en dónde realizar ensayos de demiurgia. Me refiero a Pedro Sánchez, claro. Fue él quien la nombró ministra y a él le toca ahora, en consecuencia, tomar cartas en el asunto y disponer lo necesario para corregir las deficiencias de una ley que ha producido salpullidos al tocar tierra. Dijo Giulio Andreotti en cierta ocasión -o se dice que lo dijo- aquello de “gobernar no consiste en solucionar problemas, sino en hacer callar a los que los provocan”. Pedro Sánchez haría bien en darle dos vueltas largas a esa sentencia. Lo digo porque en su gobierno abundan los ministros que le tienen cogido el gusto a liarla parda. La que más, Irene Montero, que ya arrastra piedras en su currículum como para hundir el crédito de cualquiera. Y es que ella misma, con toda su mismidad rota a hervir, es una fuente inagotable de problemas y discordias. Justo por eso, porque resta más que suma en un gobierno necesitado de aciertos, se ha ganado a pulso que su superior, siguiendo la máxima de Andreotti, la haga callar poniéndole el cese por delante. Y, sin embargo, ahí sigue en su puesto. Ver para creer.

viernes, 28 de octubre de 2022

Se vende voto. Razón aquí.



Pedro Sánchez se ha puesto estupendo y ha decidido regar el solar patrio con una lluvia de millones que tiene como objetivo fundamental limar asperezas con esa parte del paisanaje que antes lo tenía en buena estima y, ahora, en cambio, lo mira con recelo. Pedro Sánchez parece dispuesto a dejarse un potosí en el intento de recuperar el cariño -y donde digo cariño digo voto- de sus conciudadanos. La situación de partida se presenta chunga habida cuenta de que el presidente cotiza, ahorita mismo, a la baja. Eso dicen las encuestas, aunque el C.I.S., que se dedica en los últimos tiempos a enmendar a todo Cristo, diga justo lo contrario, o sea, que Pedro Sánchez cuenta con el favor incondicional de buena parte del país y que llegará sobrado a las próximas elecciones. José Félix Tezanos, en calidad de director del observatorio, se lo curra para hacer méritos ante el jefe supremo siguiendo a rajatabla aquella vieja fórmula acuñada por Bertrand du Guesclin: ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor. Lo mismo acierta sus pronósticos, quien sabe, aunque sea de chiripa. Por si acaso, nuestro presidente, que no se fía ni de su sombra -menos aún de un C.I.S. que se obliga a rendirle homenaje contra los vientos y las mareas de la opinión pública- ha pensado poner todos los recursos del Estado a su servicio a fin de que la próxima cita de los españoles con las urnas se resuelva a su favor. Un sujeto como él, tan pagado de sí mismo que se concibe en su fuero interno sin verbo ni predicado, no contempla la posibilidad de que una mayoría ciudadana pueda darle boleto a las primeras o a las segundas de cambio. Él, tan guapo-guapo, tan telegénico, tantán de todo, no valora otra opción salvo salir a hombros por la puerta grande de las Generales con una victoria holgada y dos orejas de regalo, como los toreros en las tardes de gloria.

El porrillo de asesores que hormiguean en los aledaños de la Moncloa, y en la Moncloa misma, trabaja afanosamente en maquinar de qué forma se le puede sacar mayor provecho al gasto con vistas a conseguir ese objetivo. Después de mucho discurrir y devanarse los sesos, que para eso les han puesto piso, han tirado por lo fácil para ponerse de acuerdo en dos sentadas largas. Acuerdo de máximos, se entiende; o sea, de dispendio a lo loco. Lo mejor, según ese gremio creciente de eventuales, es repartir el maná del presupuesto público a pellizquitos entre el común para tener comiendo de la mano, o casi, a una muchedumbre agradecida. El problema es que suma que te suma, de poco en poco, muchas veces, el resultado final de la cuenta asciende a una pasta gansa que deja las arcas pelonas. Un pastizal, que dicen ahora. Pero, bien mirado, ¿a quién le importa el dinero? Lo importante de verdad es que cale en la opinión pública la idea de que nos gobierna un líder providencial y providente dispuesto a restaurar el orden natural y justo de las cosas que una confabulación masónico-liberal ha puesto del revés. En ese plan, se pueden librar millones a tutiplén sin pasar por derrochones. Yo estoy por seguirles el rollo hasta el final para ver si puedo sacar tajada. El verme reducido a paganini de un jolgorio que nos va a dejar en pelotas y tiritando ha liquidado mis escrúpulos previos -juro que los tenía- a la vez que ha disparado la proyección de mi alter ego más pesetero y oportunista. Lo cual viene a significar que tengo un plan; en realidad, una propuesta. Ahí va: a cambio de un convoluto que me permita liquidar el pico largo de hipoteca que todavía tengo pendiente de pago, pongo mi voto a disposición de Pedro Sánchez. Tan mal como suena, sí señor, pero lo he cavilado a fondo. En cualquier otra circunstancia, quiero decir, con otro inquilino en la Moncloa, no me haría ilusiones de prosperar por esa vía, pero a Pedro le tengo confianza: ha demostrado que, a la hora de gastarse el capital ajeno, o sea, el nuestro, no hay tipo tan rumboso como él siempre que le pueda sacar algún provecho al desembolso. Y, ahí, justo ahí, es donde mi propuesta puede tocarle la fibra. Por cuatro perras chicas no creo que me niegue el trato.

Yo, por si acaso, dejo fijado el precio de mi voto: barato, barato. Si la cosa cuela, que ojalá sí, a más de uno se le van a caer los dientes de la envidia.

domingo, 3 de julio de 2022

Olivares dolidos de Jaén


Apenas deja uno atrás las quebradas de Despeñaperros y se interna en antiguas tierras de la morisma, los olivos dibujan sobre la piel de la tierra un paisaje a rayas que tiene mucho de industrioso y poco de campo bravío. En Jaén, se han pasado sus buenos siglos poniendo olivos a poco que hubiera suelo y trabajándolos, como aprendió cada cual de sus mayores, para obtener un fruto que, luego, a fuerza de prensa e hilando fino con alquimias de ritmo lento, da lugar a ese aceite virgen extra que se viste de verde y oro cuando lo embotellan. La memoria no da para echar cálculos del tiempo que llevan los naturales de por allí afanándose en esa tarea. Siglos enteritos y un buen pico, sin exagerar, incluyendo en la cuenta un cambio de era al que le pilló la cosa ya adelantada. Tanta labor, como no podía ser de otra manera, ha dejado su impronta en el paisaje, conformándolo según los patrones de una agricultura que pide escuadra y cartabón para tirar líneas; también en los olores, que le imponen al entorno fragancias no siempre delicadas; lo digo mayormente por el alpechín o jalima, claro, un residuo líquido de color negruzco, derivado del proceso de producción del aceite, que huele a pestes más que a rayos, sobre todo cuando aprieta el calor. 

Otra cosa tiene el olivo que no lo favorece: su mala sombra. Penita da verla. Y todo por culpa de una copa desmadejada que no acierta a cerrarle al sol las vías de las que se sirve para cumplir su aspiración de tocar suelo. De resultas, los rayos del astro rey se filtran a través de las hojas, como dardos, dejando flechado, igual que a un san Sebastián, a todo cristiano al que se le ocurra, que ya es ocurrencia, protegerse de la chicharrera bajo la arboladura de sus ramas. Le falta a la sombra del olivo, raquítica y despeluchada, lo que le sobra a la del castaño, o sea, unas apreturas que no le dejen resquicios al Lorenzo para andarse con juegos. Por ese motivo el castaño resulta un árbol muy propicio para combatir las calorinas estivales mientras el olivo se queda corto en esa misma tarea. No podemos pedirle al pobre imposibles. Ya resulta un milagro que soporte sus penas sin quebrarse, porque bajo la corteza le bulle un fondo de mucho tormento que lo lleva a retorcerse como un ángel caído. Esa es la razón por la que, cuando lo ponen a formar filas dentro de una hilera, crece echando los brazos al cielo con mucha desesperación y aullando un quejío silencioso, que, de tener voz, cantaría por martinetes o seguidillas. Su alma leñosa es toda ella un ovillo de nudos y escorzos que mezcla la savia con el reconcomio de soportar, año tras año, que le devuelvan los favores de su prodigalidad bajándole la carga a palos.

La cosa viene de antiguo porque el olivo, ahí donde lo vemos, es un árbol milenario cuyo origen, que sabemos antediluviano gracias al relato de Noé, no se ha visto libre de adornos literarios que dejan siempre en el tintero, queriendo o sin querer, cualquier mención al inicio de los maltratos. Allá por el siglo V a. C., en el Ática y aledaños se creía a pies juntillas, o eso daban a entender sus naturales a los forasteros, que el olivo lo había introducido en la región la mismísima Atenea, divinidad olímpica a la que le distinguían, entre otras cualidades, sus refrenos de puritana. El relato continuaba diciendo que los lugareños, por agradecerle a la diosa un regalo que les abría las puertas del comercio internacional y de la alta cocina mediterránea, decidieron proclamarla oficialmente su patrona así como ponerle al poblachón de calicanto y barro que habitaban el nombre de Atenas en su honor. Al menos eso dice la leyenda, a la cual, como al resto de fábulas y hablillas de la Grecia clásica, hay que concederle el crédito justo porque es bien sabido que los homeros y los hesíodos de antaño cargaban cualquier tontuna con tintes mitológicos para tirarse el pisto de poetas ante sus enemigos persas, ¿o no eran persas, todavía, sino una purrela de pueblos bárbaros?

En realidad, tanto da que da lo mismo que los tales fueran persas, tirios, troyanos o bárbaros del infierno porque, en Jaén, que es el epicentro por dónde comenzaron y siguen mis divagaciones, el común no se ocupa de movimientos de pueblos rayanos con la prehistoria ni se alarga contando milongas sobre diosas vestidas con peplum. Ya tienen bastante con ocuparse de lo suyo, principalmente del olivar, que es un bien inestimable al que hay que tratar con mucho arte arreándole las tundas justas a su debido tiempo para aliviarlo de peso y volverlo a su ser. Más de uno se ha dejado los lomos en esa tarea lo mismo que otros han sudado la gota gorda en el afán de agrandar el patrimonio olivarero poblando con un sinfín de plantones tanto las cuestas de los cerros como el fondo de los valles. El esfuerzo ha merecido la pena y gracias al olivo el espacio jienense -Despeñaperros abajo- viste hoy una piel verdeoliva que se extiende en todas direcciones otorgándole al paisaje hechuras de tierra próspera y amena.
 

domingo, 27 de marzo de 2022

La guerra bárbara de Putin




El cine bélico tiene su punto. Hay algo en el desarrollo de la acción que nos pone a mil: desembarcos a tumba abierta en playas ocupadas por enemigos, soldados reventados que te salpican con la vida recién perdida, duelos en las alturas entre aviones que se buscan la cola los unos a los otros, fuego artillero batiendo trincheras fangosas que son el preludio de la tumba... Un largo etcétera de episodios violentos que elevan nuestros niveles de adrenalina a la par que hacen menguar la provisión de palomitas. Lo bueno es que, una vez acabada la sesión, se encienden las luces de la sala rompiendo el hechizo de una realidad fingida y devolviéndonos a nuestra vida ordinaria sin un solo rasguño.

A veces, sin embargo, la guerra no es un episodio de hora y media en la pantalla sino la realidad palpable de muros abatidos y la perspectiva, más que probable, de dejarse el pellejo a la vuelta de cualquier esquina sobre un camastro de escombros y ferralla. Es el caso, sin ir más lejos, de Ucrania. Vaya tela. Apenas hemos dejado atrás la maldición del coronavirus cuando nos despertamos a una pesadilla en la que, de nuevo, el filo de la guadaña dibuja un arco mortal sobre nuestras cabezas. Por ahora, las violencias nos duelen en cuerpo ajeno, lo que no quita para que el triste espectáculo al que estamos asistiendo nos resulte igualmente brutal, desolador, inhumano y bárbaro. La guerra, tal como la vemos en los medios minuto a minuto es un ejercicio sin épica que somete las ciudades a un plano raso y convierte cada palmo de suelo en un cementerio improvisado para inocentes a los que la muerte les adelanta su hora.

Visto desde ese prisma, resulta lógico que nadie quiera la guerra. Ni los ucranianos, ni los rusos, ni nadie. Ni siquiera Putin, me digo. Y quiero confiarme a esa esperanza desde la presunción, no exenta de recelos, de que no estamos en presencia de un enajenado al que le ponga palote dejar las urbes reducidas a barbecho, si bien los casos de Kiev, Mariúpol o Járkov parecen demostrar lo contrario. Con todo, sigo concediendo a regañadientes que Putin no es un lunático metido a cafre ni un cafre desahogándose en la piel de un lunático. ¿Entonces? ¿Cómo explicar la exhibición de músculo y vesania con la que ha decidido castigar a sus vecinos? En mi opinión, la razón principal de la conducta del presidente ruso estriba en que, siguiendo el hilo de un relato histórico forjado en la escribanía de un falsario, considera que "los rusos y los ucranianos son un solo pueblo, un todo único", lo que le otorga, según parece que entiende, derecho de enmienda sobre el statu quo actual a fin de volver a la situación de antaño, cuando los habitantes de los territorios que forman la hodierna Ucrania le besaban las puntillas de las enaguas a Catalina la Grande. Pero Putin, sobra decirlo, no puede mover las rayas que dibujan el marco de su país sobre el mapa sin faltar a la verdad histórica, ni retrotraer los fundamentos de la nación rusa hasta el medievo sin caer en lo mismo. Pero eso es justo lo que pretende, lo cual me lleva a la siguiente reflexión: no hay nada más peligroso que un nacionalista acérrimo reclamando fronteras en virtud del cuadro dibujado por un pretérito perfecto que siempre juega a su favor. Llevado de su intransigencia, y poniendo siempre por delante el bien supremo de la patria, considerará lícito dejar a un lado cualquier tipo de escrúpulo moral para confiarse a la tarea de eliminar a todo aquel que se obstine en estorbar su proyecto sacrosanto.

Putin pertenece a esa ralea de gente y supone un inmenso peligro porque le suma a una ideología, ya de por sí perniciosa, la posesión de un arsenal nuclear con el que podría, puesto a las bravas, desencadenar un holocausto de proporciones bíblicas que convertiría la tierra en una yincana para las cucarachas. La historia del siglo XX nos advierte contra tipos de su misma catadura; todos ellos dejaron una estela de destrucción y muerte a su paso. De momento, él, por cumplir el expediente que lo acredite en el gremio, ha desatado todas las furias sobre Ucrania a fin de rendirla a la fuerza y dejarla a su merced. Luego, una vez logrado su objetivo, ¿quién sabe? Todo indica que tiene hambre de más y que, si le damos cancha, podría volver a las andadas en otra parte. Por eso resulta necesario encontrar el modo de detenerlo sin pasar a mayores y sin dejar a Ucrania abandonada a su suerte. Difícil ejercicio de ponderación que nos obliga tanto a probar sus límites políticos y morales como a valorar la firmeza de nuestra unidad y nuestros principios. La cosa pinta fea; de aquí a dos días, si fallamos en el cálculo de los riesgos, podríamos vernos inmersos en una guerra total. Como suena. Y, mientras tanto, Putin, a su bola, sigue enviando nuevos peticionarios de asilo a las puertas mismas del más allá sin respetar civiles ni distinguir entre mayores y niños.