lunes, 23 de noviembre de 2020

Madrid-Rabat y, de fondo, el telurio.


Al otro lado del Estrecho, andan muy al tanto de las cosas de España. Cualquiera en Rabat o Tetuán es capaz de recitarte de corrido la alineación de los dos grandes de la liga de futbol española. Lo mismo están al cabo de la política; sobre todo los más pudientes, por la cuenta que les trae. Marruecos es un vecino que tiene siempre puesta una oreja hacia septentrión por escuchar qué música suena en la península y, si le llegan acordes de tangana, se prepara de inmediato para sacar provecho. Ya saben: "a río revuelto…" Pues eso. Mohamed VI está al corriente del desmadre que nos traemos por aquí y ha decidido apretar las tuercas. No falta quien le sople que nuestro gobierno de coalición centra la mayor parte de sus esfuerzos en mantenerse coaligado a duras penas y en buscar apoyos de partidos insólitos para aprobar unos presupuestos que, luego, rayando la esquizofrenia o el trastorno disociativo, se enmienda a sí mismo a traición. Un chollo para oportunistas, vaya.

Lo último que necesitábamos en tal situación es que algún político ansioso se hiciera notar sirviendo a nuestro vecino una excusa perfecta para liárnosla parda. Lo digo por Pablo Iglesias, claro. Nuestro vicepresidente segundo, según parece, tiene en la cabeza un Pepito Grillo sonado que le aconseja hacer justo lo contrario de lo conveniente. Sólo así se concibe que haya provocado un conflicto diplomático, o casi, exigiendo la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sahara después de que el Frente Polisario le hubiese declarado la guerra a Marruecos. Un ejercicio de realpolitik al alcance de muy pocos: Chiquito de la Calzada, si acaso. No hace falta ser el mejor estadista del mundo, ni siquiera uno mediocre, para llevarse sabido a la política que sembrar vientos obliga a recoger tempestades; justo lo que ha sucedido a cuenta del desparpajo torero de nuestro vicepresidente. El gobierno marroquí ha tardado un minuto coma cero en montárselo de ofendido, lo cual, traducido al cristiano, quiere decir que piensa devolvernos el agravio elevando sustancialmente el precio o la fuerza de sus demandas en cualquier negociación inminente o futura.

Si yo estuviera en el pellejo de Mohamed VI, a la vista del putiferio que tenemos organizado en casa, me inclinaría a pensar que el destino me lo pone facilón y que tengo que aprovechar la coyuntura para rascar algo. Si el monarca alauita deja pasar esta oportunidad sin sacarle el jugo se tendrá que conformar más tarde con cuatro huesos pelados. También él tiene en mente ese riesgo. Por eso mismo lleva meses forzando la mano a fin de no perder comba. En marzo, comenzó la escalada de la tensión cerrando la frontera de Ceuta y Melilla; ahora, la agrava dejando que los cayucos enfilen proas hacia Canarias desde sus costas. Esta estrategia cojonera es todo un clásico y tiene por objetivo desestabilizar al oponente -o sea, nosotros- con la intención de llegar a la mesa de negociación en una posición de fuerza que le consienta avanzar en sus demandas tradicionales, a saber: reconocimiento de la soberanía marroquí sobre nuestras ciudades autónomas norteafricanas, ídem sobre los territorios del antiguo Sahara español, y, además, la extensión de su frontera marítima incluyendo aguas -solicitadas también por nuestro país- dentro de las cuales se localiza, a 1.100 metros bajo el nivel del mar, una auténtica mina del rey Salomón riquísima en telurio y cobalto.

A ver cómo logramos salir de esta.

lunes, 9 de noviembre de 2020

El virus del liberticidio

             


El gobierno publicó el jueves una nueva orden ministerial en el BOE que tiene por objetivo fijar un procedimiento para luchar contra la desinformación. El texto plantea como una de sus máximas apoyar “el fomento de la información veraz, completa y oportuna que provenga de fuentes contrastadas de los medios de comunicación y las Administraciones en el marco de la comunicación pública”. De primeras, sin pararse en análisis, la copla suena a gloria bendita. El problema es que, a la segunda, a poco que uno pone a funcionar la materia gris, esa impresión inicial queda rápidamente superada por la convicción de que la libertad de expresión debería dejarse de alegrías y buscarse un buen abogado que defienda su integridad en los tribunales. Las amenazas que se ciernen sobre su cabeza son de una gravedad extrema porque el documento de marras deja que corra entrelineas el virus del liberticidio sin ponerle coto. Dependiendo de la interpretación que se ofrezca del término “desinformación”, y a poco que la misma se incline en favor de los intereses del gobierno de turno, cualquiera que no trabaje al dictado de la superioridad puede verse en la triste situación de vestir un sambenito camino de la hoguera –en sentido figurado, se entiende–.

Las críticas a la orden ministerial no se han hecho esperar y van todas en el sentido de denunciar los posibles abusos a que podría dar lugar la aplicación del procedimiento previsto en la misma. El gobierno se defiende alegando que el contenido del texto en modo alguno pretende favorecer una censura informativa sino arbitrar los medios para detectar campañas de comunicación promovidas desde el exterior con el ánimo de inmiscuirse en asuntos de interés nacional. Pero, por mucho que utilice como excusa un argumento que viene a ser algo así como la versión millennial del contubernio judeo-masónico, la orden ministerial –toda ella– tira un tufillo a inquisición mediática que revuelve el estómago. El documento, adrede o no, deja abierta una puerta que consiente explorar la posibilidad de fijar a conveniencia “verdades oficiales” sobre cualquier asunto noticiable; de ahí a silenciar a quienes pretendan oponer algún argumento o información alternativa hay un paso muy corto que pasa por tachar de falso todo aquello que no se ajuste a la versión canónica.

En el corazón de Europa no ha hecho ni pizca de gracia que uno de sus estados miembros saque los pies del tiesto en una materia tan delicada como es la libertad de expresión/prensa. De hecho, se han equipado con lupa para analizar el nuevo procedimiento de actuación aprobado por nuestro gobierno. “Lo estamos estudiando”, ha dicho un portavoz del Ejecutivo comunitario. Primer aviso. Y, si no media una rectificación urgente, llegará en breve la regañina o el rapapolvo. La prudencia aconsejaría retirar el bodrio a cocinas antes de que eso ocurra, pero este gobierno no tiene por costumbre cejar en sus empeños ni escuchar reparos salvo que vengan acompañados por una amenaza de retirada de crédito.


domingo, 1 de noviembre de 2020

Canción triste para Lucía

 


Mi madre guarda en un cajoncito una ficha sobre la que mi difunto tío Matías le anotó con caligrafía de escolar aventajado los nombres y las fechas de nacimiento de padres y hermanos. Hace poco me la enseñó y, mientras repasaba los datos que figuraban sobre el papel, caí en la cuenta de que faltaba el nombre de la hermana mayor: Lucía. Me dio por pensar entonces en el porqué de una omisión tan extraña hasta que llegué a la conclusión de que, bien mirado, la cosa no resultaba tan chocante teniendo en cuenta que, dentro de la familia, apenas se hablaba nunca de ella ni se la recordaba casi. 

Lucía no tuvo suerte en la vida. Desde chica manifestó un desequilibrio mental que obligó a mis abuelos a recluirla, siendo ya jovencita, en el Manicomio Provincial de Valladolid. De ese modo, pasó a poblar un inframundo de enajenados y dementes en el que cabía cualquier rareza. Ella fue a partir de entonces una sombra más de las que pululaban en los corredores, patios y salas de aquella institución horrenda que había tomado asiento sobre las dependencias de un antiguo monasterio jerónimo y que, durante medio siglo, sirvió para extrañar entre sus muros a todo aquel que no pasaba por cuerdo; entre otros, mi tía Lucía. Mi madre recuerda que, cuando bajaban a verla desde Mucientes, su hermana se mostraba huraña y esquiva como un animal acosado. Sólo se acercaba a los suyos al inicio del encuentro para solicitarles con mucha desesperación que le diesen agua. Al parecer, sus cuidadoras se la escatimaban, probablemente, digo yo, para que después de beber no se orinase encima. Luego, Lucía rehuía todo contacto con mohines y buscaba refugio en los ángulos oscuros de la alcoba donde las luces del sol no alcanzaban a estorbar su locura.

A Lucía, los años de manicomio le fueron consumiendo las fuerzas hasta que un día la muerte se presentó a las puertas de aquel infierno para llevársela de la mano. Todavía era joven, pero su desvarío y el trato inhóspito que recibió durante su encierro pudieron con ella. La historia finaliza malamente con su cuerpo bajo tierra en el cementerio y una cruz de latón clavada a la cabecera de su tumba. Tras darle sagrada sepultura, los miembros de mi familia volvieron a casa y se entregaron de nuevo a la tarea diaria del humilde, que no es otra sino deslomarse para poner un plato de comida sobre la mesa. La corriente de la vida siguió su curso sin Lucía y, poco a poco, las vicisitudes diarias fueron orillando su recuerdo hasta dejarlo encallado en las proximidades del olvido. Por esa razón, al cabo de una eternidad, mi tío Matías omitió sin querer su nombre al escribir la ficha que guarda mi madre. Lucía no era para entonces sino un fantasma del pasado. Tan sólo los años que su muerte prematura dejó pendientes lloraban aún su pérdida y la llamaban desde el revés del tiempo para que volviera a cumplirlos.