lunes, 24 de agosto de 2020

El pinsapo y la monarquía

El pinsapo es una especie de abeto que sólo podemos encontrar en las serranías béticas de Málaga y Cádiz. Se trata de una especie relicta; es decir, un vestigio de los bosques de coníferas que cubrían de verde oscuro grandes extensiones de Europa durante el Terciario. La subida de temperaturas del período postglaciar fue comiéndole terreno y relegándola a entornos reducidos en los que seguían dándose las exigentes condiciones ambientales que requiere para vivir. Quiere esto decir que se mantiene todavía en activo de puro milagro, refugiada en santuarios ecológicos desde los cuales añora su antiguo señorío.

La monarquía, como sistema político, también es una especie relicta. Pertenece a un ecosistema político y social que remite al pasado, cuando la sangre de los reyes era azul y los palacios tenían un trono bendecido por la gracia de Dios. El hábitat se le fue poniendo duro con el correr de los tiempos y la contemporaneidad (de la Revolución Francesa para acá) le resultó letal: algunos monarcas subieron al cadalso a dejarse la cabeza, otros fueron fusilados sin miramientos y, los más afortunados entre los desgraciados, fueron condenados al exilio o vieron sus reinos mermados por culpa de territorios que jugaron con éxito la baza de la independencia. El resultado fue que el paisaje político, a vista de pájaro, acabó sembrado de repúblicas, democráticas o no. Con todo, la institución logró sobrevivir en algunos países adaptándose mal que bien a las circunstancias. España fue uno de los lugares en los que, tras un periplo azaroso y convulso, la monarquía logró salvar los trastos amoldándose a un marco constitucional y olvidando los dejes absolutistas de antaño.

Pese a todo, nuestros republicanos más recalcitrantes no tragan con el hueso de tener un rey a la cabeza del Estado. Siguen sin perdonarle a la monarquía el pecado original de ser una institución hereditaria desde los tiempos de Maricastaña, y buscan por activa o pasiva finiquitarla lo antes posible para instaurar en su lugar una Presidencia de la República –mucho más molona y moderna– cuyo titular sea elegido por sufragio. Sin embargo, aunque adornen el discurso con mucha pirotecnia dialéctica, me parece a mí que no trae cuenta montar un carajal del copón de la baraja para cambiar la forma de la jefatura del Estado, sobre todo porque ese quitaipón, por mucho que ellos digan lo contrario, no mejoraría en nada las condiciones de vida del común, que es el meollo a considerar cuando se pretende forzar un cambio. En mi opinión, mientras la monarquía cumpla con el papel constitucional que tiene otorgado –y cumple–, el gorro frigio de Marianne puede seguir apolillándose en el arcón del bisabuelo. Tenemos retos por delante en los que nos jugamos el tipo, y ninguno de ellos pasa por discutir cómo perfilamos a la moda la puntita de nuestro organigrama político. Entiendo que, para la élite de la izquierda más extremosa, cuyos genes se ponen tiesos apenas avistan una tricolor, la consecución de la República (tercera edición) constituya un argumento crucial de su programa político. Más ahora, cuando la propuesta sirve también para desviar la atención del bárcenas que se les viene encima. Pero a mí que no me busquen con ese rollo. Ponen en Netflix “The Haunting of Hill House”. Ya tengo plan.


sábado, 8 de agosto de 2020

El arca de Babel

Una leyenda urbana dice que tanto las boas como las pitones que algunos tienen en sus casas como mascotas aprovechan las siestas de sus dueños para subirse al colchón, estirarse a su lado e ir tomándoles las hechuras –alto y ancho, en centímetros- antes de decidirse a pasarlos por el esófago. Ya sé que es sólo un cuento chino, pero, de todas formas, yo no dormiría tranquilo sabiendo que una serpiente del calibre de una bajante comunitaria campa a su bola por casa. Por esa razón, me cuesta un mundo entender qué atractivo puede encontrar el prójimo en convivir con unos bichos de los cuales sólo cabe esperar que no te abracen si se ponen a malas. O los dueños tienen un temple muy especial o les falta un hervor. En mi humilde opinión, sólo la sensualidad y la belleza reventona de Salma Hayek parecen capaces de meter en cintura a una pitón albina hasta llevarla a un estado de comunión espiritual y erótica. Pero esa es otra historia. 

              Salma Hayek: biografía y filmografía - AlohaCriticón

Todo lo anterior sirve como preámbulo para manifestar mi asombro porque, en los últimos años, la peña se haya dejado llevar por un cierto espíritu snob que ha convertido el universo de las mascotas en un putiferio zoológico del copón bendito donde cabe cualquier rareza: serpientes, tarántulas peludas, cocodrilos, tortugas carnívoras, monos con los huevos de color azul celeste, pajarracos de mal agüero, roedores de todo tipo y condición, etc... Por lo visto, ha perdido morbo ese típico conejito blanco de antaño que, cuando alcanzaba edad de merecer, terminaba invariablemente reducido a tajadas en la paella dominical. Todo un clásico que llenó de niños traumatizados las consultas de psicología infantil.


Ante semejante estado de cosas, el Gobierno pretende elaborar un listado de las variedades faunísticas que un españolito puede tener en la república independiente de su casa. La idea consiste en reservar el título de mascotas sólo para las especies ya domesticadas a fin de servir a un triple propósito: frenar el mercado negro de ejemplares silvestres; estorbar la importación de animales peligrosos que pudieran merendarse a cualquier transeúnte en caso de fuga; e impedir que la fauna alóctona se convierta en un caballo de Troya que nos cuele de rondón otro maldito Covid. 


Parece prudente poner un poco de orden en esta Babel biológica que hemos creado. Hasta Noé estableció normas precisas y dispuso a los animales en el arca de modo concienzudo para impedir que se pudiera organizar un Cristo en las bodegas que acabase con unas especies sirviendo de condumio a las otras. Pese a todo, estoy seguro de que el listado que pretende aprobar el Gobierno no satisfará a los forofos de lo exótico. En mi caso, me declaro a favor de la medida y sólo me mostraría partidario, por puro pragmatismo, de aceptar una excepción a la norma: la posesión de un acuario con pirañas donde deshacerse de un vecino coñazo sin dejar rastro.