sábado, 8 de agosto de 2020

El arca de Babel

Una leyenda urbana dice que tanto las boas como las pitones que algunos tienen en sus casas como mascotas aprovechan las siestas de sus dueños para subirse al colchón, estirarse a su lado e ir tomándoles las hechuras –alto y ancho, en centímetros- antes de decidirse a pasarlos por el esófago. Ya sé que es sólo un cuento chino, pero, de todas formas, yo no dormiría tranquilo sabiendo que una serpiente del calibre de una bajante comunitaria campa a su bola por casa. Por esa razón, me cuesta un mundo entender qué atractivo puede encontrar el prójimo en convivir con unos bichos de los cuales sólo cabe esperar que no te abracen si se ponen a malas. O los dueños tienen un temple muy especial o les falta un hervor. En mi humilde opinión, sólo la sensualidad y la belleza reventona de Salma Hayek parecen capaces de meter en cintura a una pitón albina hasta llevarla a un estado de comunión espiritual y erótica. Pero esa es otra historia. 

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Todo lo anterior sirve como preámbulo para manifestar mi asombro porque, en los últimos años, la peña se haya dejado llevar por un cierto espíritu snob que ha convertido el universo de las mascotas en un putiferio zoológico del copón bendito donde cabe cualquier rareza: serpientes, tarántulas peludas, cocodrilos, tortugas carnívoras, monos con los huevos de color azul celeste, pajarracos de mal agüero, roedores de todo tipo y condición, etc... Por lo visto, ha perdido morbo ese típico conejito blanco de antaño que, cuando alcanzaba edad de merecer, terminaba invariablemente reducido a tajadas en la paella dominical. Todo un clásico que llenó de niños traumatizados las consultas de psicología infantil.


Ante semejante estado de cosas, el Gobierno pretende elaborar un listado de las variedades faunísticas que un españolito puede tener en la república independiente de su casa. La idea consiste en reservar el título de mascotas sólo para las especies ya domesticadas a fin de servir a un triple propósito: frenar el mercado negro de ejemplares silvestres; estorbar la importación de animales peligrosos que pudieran merendarse a cualquier transeúnte en caso de fuga; e impedir que la fauna alóctona se convierta en un caballo de Troya que nos cuele de rondón otro maldito Covid. 


Parece prudente poner un poco de orden en esta Babel biológica que hemos creado. Hasta Noé estableció normas precisas y dispuso a los animales en el arca de modo concienzudo para impedir que se pudiera organizar un Cristo en las bodegas que acabase con unas especies sirviendo de condumio a las otras. Pese a todo, estoy seguro de que el listado que pretende aprobar el Gobierno no satisfará a los forofos de lo exótico. En mi caso, me declaro a favor de la medida y sólo me mostraría partidario, por puro pragmatismo, de aceptar una excepción a la norma: la posesión de un acuario con pirañas donde deshacerse de un vecino coñazo sin dejar rastro. 

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