“Le
bugie hanno le gambe corte e il naso lungo”*, dicen en Italia. En
español tenemos un refrán que viene a expresar lo mismo, aunque suena más áspero
y carece de la poética surrealista del primero: “se coge antes a un mentiroso
que a un cojo”. Las citas vienen a cuento del episodio grotesco que ha
protagonizado José Luis Ábalos con Delcy Rodríguez, vicepresidenta de
Venezuela. No atendió el señor ministro a lo que avisa la sabiduría popular, y,
por culpa de ese descuido, se ve envuelto ahora en un embrollo de orden mayor.
El señor Ábalos sabía que Delcy
Rodriguez tiene prohibida su entrada en territorio de la UE. Sin embargo, fue a
recibirla al aeropuerto Adolfo Suarez en cuanto supo que su avión tocaba tierra
en suelo español. Luego, intentó mantener el encuentro en secreto, más que nada
por tener la fiesta en paz con la parroquia de por aquí, que es muy
quisquillosa con los temas legales. La cosa se fue de madre cuando la
entrevista fue desvelada y el señor Ábalos, preguntado por la prensa sobre el
particular, intentó colar una engañifa para salir del aprieto en lugar de poner
la verdad por delante. Los periodistas tardaron poco en descubrir la mentira y
en volver a la carga, requiriéndole más detalles sobre su affaire con Delcy Rodríguez. La impertinencia de los reporteros es
proverbial, ya se sabe. Ante la insistencia, el señor Ábalos perdió las formas
y se les puso farruco, en plan chulo de Arniches. El ministro –no se le oculta
a nadie– es uno de esos sujetos esquinados que parece siempre dispuesto a
soltar un “¡a que te hostio!” a poco que lo pinchen. Viste traje caro y corbata
porque lo exige el cargo, pero bajo el look
de hombre de estado late un Makinavaja al que le sobra mala ralea para mentarle
el padre a cualquiera que lo mire torcido.
Sin
embargo, esta vez no le valdrán al ministro esas mañas para salir del paso, ni
jugar al despiste hilando mentira sobre mentira. La prensa le ha tomado el
olorcillo a falso y no le dará tregua hasta conocer la razón de por qué aceptó
tener un aparte con Delcy Rodríguez en el aeropuerto. A mí, me pega que la
recibió de buena gana, como a gente amiga; quizás porque estaba al tanto de que
venía a dejarle algún recado de parte del mandamás venezolano. Es solo una
teoría, aunque la veo posible. Habrá quien critique que peco de suspicaz, y no
digo yo que no, pero es que este gobierno nuestro ha recurrido a la ley del
silencio para hacer frente a la inquisitoria mediática, y nadie –el señor
Ábalos menos que nadie– parece dispuesto a salirse del guion para aclararnos la
parte mollar de la intriga. O sea, que, así las cosas, me cabe la libertad, y
el derecho, de pensar tan mal como me dicte el sentido común. A lo mejor
acierto.
* "Las mentiras tienen las piernas cortas y la nariz larga"