A punto de traspasar el umbral para iniciar una nueva aventura en
las redes, me viene un cosquilleo en el estómago como de nervios. Crear un
espacio de opinión personal nunca es fácil. Siempre existe el temor de que
algún lector -incluso algún amigo- pueda tomarse a mal cualquier comentario, o
no encaje del todo bien alguna de las críticas que, sin duda, irán apareciendo
a lo largo del tiempo que dure esta peripecia. Y, luego, está la vergüenza; ese
pudor incrustado en las entrañas que es la mordaza más prieta que uno se pueda
imaginar. Pero ya nada pueden todos esos remilgos. La primera entrada de este
blog es la rúbrica que sella mi decisión de seguir adelante. No hay marcha
atrás. Alea jacta est.
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