El jueves, me desayuné con la
noticia de que CC.OO exigía la aplicación de una “censura preventiva” contra VOX
para evitar que su líder, Santiago Abascal, pudiera ser entrevistado en la
televisión pública. ¡Qué heavy! El comunicado
con el que trataban de justificar esa exigencia no tiene desperdicio; lo podría
haber firmado cualquier dictador el minuto antes de pasar a mayores.
Vaya por delante una precisión. A
mí, VOX no me gusta. Me produce repelús esa copla chunga con la que se adornan
los días de mitin. Tampoco me agrada el tono batallero de su líder máximo, ni
la épica sucia de sus cabalgadas desde Covadonga a Granada. Lo diré más claro
aún: la España que tanto les pone a los de VOX a mí me produce asquito: rancia,
bronca, esencialista, vociferante, faltona. Una España/nación que sólo te
reconoce entre los suyos si comulgas los domingos con un Modesto Lafuente bajo
el brazo. De ese ricino, ya tuvimos bastante en tiempos pasados.
Pero una cosa es que no me guste
VOX, y otra, muy distinta, que sea partidario de aplicarles una “censura
preventiva”. La censura, por mucho que se le ponga adjetivos para vestirla
bonito, no dejará jamás de consistir en cerrarle la boca al discrepante con
métodos que van de la tachadura a la hoguera. O sea, un contradiós democrático.
Por cierto, señores de CC.OO, la patrona de los censores se llama santa
Anastasia. No olviden ponerle un altarcito, con flores y lampadario, en su sede.
Antipatías aparte, lo cierto es
que nuestra democracia le garantiza a todo el mundo el derecho a expresar sus
ideas con libertad dentro del marco que fijan las leyes. Abascal y compañía,
que yo sepa, no son unos forajidos que tengan puesto precio a sus cabezas con
un wanted. Están dentro del sistema, un
poco o mucho a su manera, en plan Sinatra, lo que quiere decir que, puesto que tienen
todos sus papeles en regla, les asiste el derecho a manifestarse como les
plazca e, incluso, a contarnos sus milongas a través del canal público de televisión
en horario de máxima audiencia. Al resto, nos tocará aguantarles la murga y,
llegado el punto de debate, oponerles la fuerza de nuestras razones.
Yo no sé quiénes habrán
sido las lumbreras que han propiciado en CC.OO el comunicado de marras, pero
harían bien en recular y desdecirse de la ocurrencia. El texto, visto del
derecho o del revés, resulta un alegato fangoso propio de liberticidas de la
peor calaña. No resulta de recibo que quienes se dicen demócratas –lo fácil es siempre
tirarse el pliego– proclamen la censura como método para silenciar a los
rivales políticos. Eso no tiene un pase. Feo, muy feo. Feísimo.
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