La vicepresidenta se ganó esa censura por radical, sobra decirlo. María Jesús Montero tiene el defecto de los caracteres extremosos: habla siempre ex cathedra, como guiada de un espíritu santo enfermo de ego, utiliza un tono airado y sentencioso, y jamás acepta, bajo ningún concepto, que una vuelta de lógica les quite adrenalina a sus desatinos. Tal vez por eso, sus palabras del otro día dejaron en muchos la impresión de que ella no cree en la presunción de inocencia; mejor dicho, dieron a entender que considera tal derecho de forma discriminatoria, o sea, según quién sea el sujeto acusado y el tenor del delito del que se le acusa. Si el tal es un varón -poderoso, grande, famoso-, señalado por una mujer como agresor sexual, lo tiene crudo: de cabeza a la trena sin pasar por el “presunto”. Poco importa que la Declaración de Derechos Humanos y el resto de la legislación vigente consagren el carácter universal del derecho a la presunción de inocencia. María Jesús Montero, siguiendo la doctrina de esa sororidad patológica que insiste a machamartillo con el dichoso “hermana, yo si te creo”, considera que, ante una acusación por delito sexual, no hay milongas que valgan. En tales supuestos, según ella, sólo existe un principio para tener en cuenta: la palabra de una mujer joven y valiente es palabra de Dios; razón que obliga a dictar sobre el acusado, sin necesidad de probar los hechos denunciados, una sentencia sumarísima de culpabilidad. Visto desde ese ángulo torcido y retorcido, la presunción de inocencia es un incordio legal, un remilgo de juristas y leguleyos, que sólo sirve para poner palos en las ruedas a la verdad verdadera. María Jesús Montero, una y trina, lo tiene claro. ¡Madre mía, qué nivel!
jueves, 1 de mayo de 2025
María Jesús Montero: polémica sobre la presunción de inocencia
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