Desde el pasado marzo, el país
está en vilo por culpa de una enfermedad vírica que se está llevando por
delante miles de vidas. Sin embargo, pese a la mortandad causada por el virus, algunos
miembros de nuestro Gobierno –con el vicepresidente segundo a la cabeza– parecen
más preocupados por montarnos una República post-Covid que por luchar a pie
firme contra la pandemia. Oyéndolos, cualquiera diría que el anhelo máximo de
esta tropa, por encima de victorias sanitarias, consiste en destronar a ese
monarca borbón al que le profesan tanta tirria. Ahí tenemos, por ejemplo, a Alberto
Garzón y Manuel Castells, ministros ambos, los cuales, en cuanto les ponen un
micrófono delante, prodigan refunfuños y tarascadas contra el actual jefe del
Estado como si les fuera en ello el jornal. ¡Leña al mono! Todo por la
República. Punto y aparte merece la ministra de Igualdad, Irene Montero, la
cual, aunque pertenece al núcleo duro de la cuadrilla, parece haber apostado
por adoptar una vena frívola para blanquear el negocio que se traen todos entre
manos. La
misma que le puso un aspersor al virus el 8-M, luce ahora palmito en el último
número de la revista Vanity Fair –¡jo
tía, qué mona!– y se nos presenta como una suerte de Marianne pija de posado
facilón. Con la que está cayendo.
Las cifras de fallecidos por coronavirus asustan: 32.000 según los datos oficiales –estimación muy a la baja–, aunque su número aumenta de día en día sin que logremos ver la luz al final del túnel. O sea, una hecatombe sanitaria como no se ha conocido otra desde la gripe española de 1918. Pero al sector más a trasmano del Gobierno estas penalidades parecen importarle un carajo. Total, el marrón del muerterío se lo come el ministro de pompas fúnebres, Salvador Illa, que no pertenece a la cuerda. Mientras, ellos a lo suyo, que no es otra cosa sino ejercer de ingenieros sociales para diseñar sobre plano un futuro tricolor. Y en eso estamos. Pero, ojito, que una maquinación de ese tenor en tiempos de pandemia puede llevar cosida al forro una maldición gitana. Lo mismo, como se descuiden, a la vuelta de dos meses, por culpa del virus, no queda ni el Tato para llevar adelante el proyecto que tanto anhelan. Luego, que no digan que nadie les avisó.
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