domingo, 12 de abril de 2020

A Pablo Casado también le toca

La pandemia del coronavirus en nuestro país ha obligado a los políticos a tomar en consideración fórmulas impensables con anterioridad. El presidente del gobierno, por ejemplo, ha ofrecido un pacto a las fuerzas políticas para relanzar y reconstruir una economía que, a día de hoy, presenta las constantes vitales muy dañadas tras haberle inducido un coma. Lo impensable hace un mes escaso.

Sin embargo, el principal partido de la oposición, por boca de su presidente, ya ha manifestado su negativa a formar parte de la junta que debería propiciar ese gran acuerdo nacional. Alega, resumiendo a tope, que no se fía de Sánchez. Algún asesor, de esos que ganan su peso en oro, le ha soplado al oído que, de cara a la parte más racial de su electorado, le conviene ponerse digno con el presidente y soltarle un par de catilinarias antes de cerrar el paso a cualquier iniciativa de pactos. Luego, elecciones a medio plazo. Y las urnas llenas de votos a favor.

Dice el Eclesiastés: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo”. El sentido común dicta que corre el tiempo de reunirse con el resto de fuerzas políticas para buscar un arreglo con el que afrontar el crack que se nos viene encima. Inés Arrimadas –que tampoco se fía de Sánchez–, ha entendido la importancia de la cita, y se ha mostrado dispuesta a salir a los tercios a recibir a porta gayola lo que le suelten por chiqueros. Los riesgos de sufrir un tocomocho, teniendo a Pedro Sánchez a la cabeza de la cosa, son más que evidentes, pero, con todo, la lideresa de Ciudadanos ha antepuesto el beneficio de la duda –un “por si acaso”– al presumible fiasco. Pablo Casado, en cambio, ha optado por la estrategia elusiva del chico listo que no se quiere ver envuelto en líos. Dice que no se presta al juego porque la oferta del gobierno no es sino un señuelo mediante el cual Sánchez, con intención malévola, pretende atraer a la oposición a un pacto que supondría “un cambio de régimen” para el país. O sea, que se ha buscado una excusa molona; una evasiva en toda regla que deja traslucir un fondo inquietante: el flash de que pesa más en el ánimo del líder opositor la estrategia de hacerse el duro ante su parroquia –y ante la parroquia asilvestrada del vecino de al lado–, que la contra de acudir a la partida, haciendo de tripas corazón, a buscar un consenso trabajoso –y, probablemente, imposible– con el resto de fuerzas políticas.

La ciudadanía ha cumplido el papel que le tocaba de forma ejemplar. A Pablo Casado, y al resto de los políticos –empezando por el presidente del gobierno–, les toca ahora estar a la altura de las circunstancias y del listón que les han marcado sus representados. El líder de los populares tiene todavía tiempo para rectificar una posición a todas luces incomprensible. Tiene la obligación de acudir a dónde lo convoquen, y de comerse el marrón de que los suyos no lo entiendan, aunque la cosa –probablemente con razón– le huela a timo. Lo exige el estado de emergencia en el que nos encontramos. Al que falle en esta empresa, al que falte a la cita o al que acuda a la misma con astucias, se lo va a llevar un vendaval a la vuelta de dos días. Y, si no, al tiempo.

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