Hace unos días, Arnaldo Caruso,
presidente de la Sociedad Italiana de Virología, declaraba, refiriéndose al
Sars-Cov-2, que el “virus está perdiendo fuerzas”. A esa impresión había
llegado yo también por mi cuenta, aunque lo mío es una elucubración de poco
fiar que sólo se atiene a un argumento: si la enfermedad no ha repuntado en las
últimas semanas después de las facilidades que le hemos dado para
seguir en el candelero es porque el bicho está frito y refrito.
Decía el replicante Roy Batty en
un monólogo memorable al final de la película Blade Runner: “yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”. Algo
por el estilo podríamos decir los que seguimos las medidas sanitarias que dicta
la autoridad cuando contemplamos atónitos como una parte importante del
paisanaje transgrede esas mismas normas con un desparpajo festivo que no cabe
en una cabeza medio decente. Carpe diem
total, que la calorina de mayo se presta mucho a juergas y despelotes.
Viendo el espectáculo nacional,
uno está tentado de pensar que tales comportamientos son propios de esa vena
sandunguera que distingue nuestro carácter carpetovetónico; pero no es verdad.
Basta mirar fuera de nuestras fronteras para darse cuenta de que, donde quiera
que uno ponga la vista, el gentío se ha echado a la calle en plan despiporre en
cuanto le han suavizado el confinamiento. O sea, ídem de ídem.
La universalidad de esa actitud descabellada
indica que la especie humana, después de millones de años de evolución en pos de
la inteligencia, está entrando en una fase regresiva. El hombre ha olvidado su
condición de sapiens y va por la vida
sin
conocimiento, a calzón quitado, dejándose llevar por las pasiones y los
caprichos, que son esos caminos rectos que atajan en busca de la perdición.
Hasta los primates, nuestros parientes más próximos en el mundo animal, se han
dado cuenta del proceso degenerativo que nos consume y han decido aprovechar
ese bajonazo para tomarnos el relevo.
La prensa publicaba hace una
semana la noticia de que unos monos habían robado muestras de sangre de cuatro
pacientes con Covid-19 que estaban en tratamiento. El suceso tuvo lugar en la
India y supone, a mi modo de ver, un intento clarísimo por iniciar una guerra
bacteriológica con armas prestadas. La apuesta, sin embargo, acabó en fiasco, y
los monos, acorralados en la copa de un árbol y conscientes de su estrepitoso
fracaso, decidieron inmolarse echándose al coleto el contenido íntegro de los
tubos.
Sin embargo, el resultado
de esta primera escaramuza no debe llamarnos a engaño. Los simios nos han
tomado la matrícula y ya no habrá quien los distraiga del objetivo. Tarde o temprano
vendrán de nuevo contra nosotros para ajustarnos las cuentas. El final de esa contienda
está escrito en el dorso de las estrellas: pagaremos nuestra estulticia con el infierno
de la extinción, nuestra civilización milenaria será pasto del olvido y las
historias que tejimos en torno al fuego de los ancianos se perderán en el
tiempo como lágrimas en la lluvia.
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