domingo, 7 de junio de 2020

El coronavirus y la guerra de los simios

Hace unos días, Arnaldo Caruso, presidente de la Sociedad Italiana de Virología, declaraba, refiriéndose al Sars-Cov-2, que el “virus está perdiendo fuerzas”. A esa impresión había llegado yo también por mi cuenta, aunque lo mío es una elucubración de poco fiar que sólo se atiene a un argumento: si la enfermedad no ha repuntado en las últimas semanas después de las facilidades que le hemos dado para seguir en el candelero es porque el bicho está frito y refrito.

Decía el replicante Roy Batty en un monólogo memorable al final de la película Blade Runner: “yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”. Algo por el estilo podríamos decir los que seguimos las medidas sanitarias que dicta la autoridad cuando contemplamos atónitos como una parte importante del paisanaje transgrede esas mismas normas con un desparpajo festivo que no cabe en una cabeza medio decente. Carpe diem total, que la calorina de mayo se presta mucho a juergas y despelotes.

Viendo el espectáculo nacional, uno está tentado de pensar que tales comportamientos son propios de esa vena sandunguera que distingue nuestro carácter carpetovetónico; pero no es verdad. Basta mirar fuera de nuestras fronteras para darse cuenta de que, donde quiera que uno ponga la vista, el gentío se ha echado a la calle en plan despiporre en cuanto le han suavizado el confinamiento. O sea, ídem de ídem.

La universalidad de esa actitud descabellada indica que la especie humana, después de millones de años de evolución en pos de la inteligencia, está entrando en una fase regresiva. El hombre ha olvidado su condición de sapiens y va por la vida sin conocimiento, a calzón quitado, dejándose llevar por las pasiones y los caprichos, que son esos caminos rectos que atajan en busca de la perdición. Hasta los primates, nuestros parientes más próximos en el mundo animal, se han dado cuenta del proceso degenerativo que nos consume y han decido aprovechar ese bajonazo para tomarnos el relevo.

La prensa publicaba hace una semana la noticia de que unos monos habían robado muestras de sangre de cuatro pacientes con Covid-19 que estaban en tratamiento. El suceso tuvo lugar en la India y supone, a mi modo de ver, un intento clarísimo por iniciar una guerra bacteriológica con armas prestadas. La apuesta, sin embargo, acabó en fiasco, y los monos, acorralados en la copa de un árbol y conscientes de su estrepitoso fracaso, decidieron inmolarse echándose al coleto el contenido íntegro de los tubos. 

Sin embargo, el resultado de esta primera escaramuza no debe llamarnos a engaño. Los simios nos han tomado la matrícula y ya no habrá quien los distraiga del objetivo. Tarde o temprano vendrán de nuevo contra nosotros para ajustarnos las cuentas. El final de esa contienda está escrito en el dorso de las estrellas: pagaremos nuestra estulticia con el infierno de la extinción, nuestra civilización milenaria será pasto del olvido y las historias que tejimos en torno al fuego de los ancianos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario